Documentales

lunes, 15 de septiembre de 2025

Relatos para el Alma

 

 

 

Justicia para Tessa

 


 PRIMERA PARTE

 

Por: Santiago Cambre Soler

 

Tessa Cline andaba por uno de los innumerables callejones que rodeaban Springapple con una mueca de disgusto ante el cinismo que inundaba su vida y el mundo en el que vivía.

La costumbre popular establecía que “Tessa” provenía de “Teresa”; pero ese no era su caso. Su madre, una gran coleccionista de muñecas, le había puesto el nombre de “Stacy”, como la estrafalaria Stacy Malibú, pero su padre había sabido mitigar los daños colaterales haciendo que todos la llamaran Tessa.

Igual ocurría con la ciudad de Springapple, “manzana de primavera”, cuando su verdadero nombre era “núcleo de corrupción”.

Cualquiera podía pensar que el siglo XXII habría traído grandes maravillas a la humanidad, cuando la realidad era que un capitalismo voraz había impuesto una minarquía, donde solo los que aceptaban el sistema conseguían vivir cómodamente, junto a los poderosos.

Por ello, la bella ciudad de Springapple constaba de un núcleo brillante de unos 50 km cuadrados, llenos de rascacielos de acero y cristal, con puentes que iban de uno a otro, para permitir que sus diez millones de habitantes no se sintieran “hacinados”, como sí les ocurría a los habitantes que no tenían tanta suerte.

Los suburbios, por su lado, eran la totalidad de las estructuras del viejo mundo: antiguas fábricas, bloques de pisos, centros comerciales apenas funcionales… y todo con un pésimo sistema de limpieza, cero mantenimientos y una estación de lluvias ácidas que había teñido de gris lo que antaño era parte de una gran ciudad.

En resumen: el más alto lujo rodeado de la más extrema miseria.

Tessa estaba rodeando lo que parecía un antiguo conjunto de viviendas, cuando un coche de la autoridad aterrizó frente a ella, cortándole el paso.

La joven se sujetó la capucha del impermeable para que el viento de los repulsores no la dejara al descubierto en mitad de la lluvia que, gracias a Dios, aquella noche no era nociva, y esperó a que el piloto se bajara del vehículo para repetirle lo que llevaba ya un año diciéndole.

—Buenas noches, señorita Cline —le dijo desde la distancia un hombre alto y vestido con un traje oscuro protegido por una larga gabardina negra—. ¿Puedo preguntarle a dónde se dirige a estas horas de la noche?

—Deje de seguirme, Dalton —respondió cortante Tessa—. Hasta donde yo sé, tengo derecho a moverme libremente. Incluso puedo ir hasta el ayuntamiento de Springapple y pegar un chicle en sus columnas si me apetece.

El agente alcanzó un gorro trilby —Dios, cuánto odiaba Tessa saber qué tipo de gorro era… aquel dato se lo había enseñado su marido—; se lo puso, y anduvo lentamente hacia ella:

—Usted y yo sabemos que últimamente no se mueve motivada por la libertad, sino por la venganza— afirmó con voz firme el agente—. Lleva un año metiendo las narices en el caso de su marido, y ha tenido suerte de que no la hayamos pillado con las manos en la masa; pero sabe perfectamente que en su venganza descontrolada ha destruido pruebas que podrían habernos ayudado.

—No sé de qué me está hablando —escupió Tessa, recordando que lo primero en aquel juego era declarar ignorancia. Aunque tampoco podía contenerse demasiado—. Además, ¿ayudar a quién? ¿Y para hacer qué, Dalton?

El agente dio un paso más hacia ella y la miró con ojos suplicantes mientras le rogaba: —Tessa, por favor. Esto no acabará bien para usted.

Pero la mujer decidió ignorarlo e intentó pasar por su lado, sin que Dalton le abriera paso.

—Tessa, por Dios. Te lo digo como un amigo: ya hay demasiados indicios contra ti. Hay un archivo con tu nombre y las palabras “dudas plausibles” —en este punto, Tessa se dio la vuelta debido a la frustración, y el agente le hablaba a su espalda, aunque insistió—. No hagas ninguna tontería.

La mujer se volvió lentamente y totalmente envarada. Sus labios eran una fina línea y su nariz estaba estirada hacia abajo, debido a la tensión que apenas conseguía reprimir.

Tal era su expresión que Dalton dio un paso atrás, aunque Tessa no se había movido un ápice mientras decía en un susurro:

—¿Tontería? Mataron a mi marido en nuestra casa, en nuestro cuarto, donde descansábamos, donde hacíamos el amor, donde charlábamos de cualquier cosa, ¡hasta las tres de la mañana! —terminó, alzando el tono y dando un paso hacia Dalton— ¿Y qué ha hecho la policía? “El clásico robo, señora”, “estas cosas pasan, señora”, y el sótano con sus notas y resultados de sus experimentos, ¡robados! ¿Y el joyero? ¿Y la cartera? ¡Intactos, Dalton! ¿Dónde están los asesinos de mi marido, Dalton?

Sin recordar cómo, Tessa había arrinconado al agente contra su propio vehículo, y este solo la miró apesadumbrado, para de pronto susurrarle roncamente— Sabes que es más complicado que eso, Tessa. Entiendo y sé que tu marido merece justicia, pero hay gente muy poderosa metida en esto, y sin los pasos adecuados, cualquier acción que queramos tomar contra ellos no aguantará ante un tribunal.

Ambos se miraron a los ojos durante unos segundos, que se antojaron una eternidad, hasta que Tessa se separó de él con brusquedad mientras le advertía: —No me sigas, Dalton.

El agente la miró mientras ella se perdía entre los callejones.

Horas más tarde, Tessa sacaba su móvil y comprobaba la dirección que había conseguido a través de algunos contactos en los suburbios. Estaba en el lugar correcto; un centro escolar abandonado cuyas estructuras/cuyos aledaños como el patio y el pabellón, habían sido derruidos y absorbidos por una chatarrería cercana.

El pequeño desguace no era demasiado grande, pero Tessa se planteó durante unos segundos si era seguro entrar dentro del maltrecho edificio, dada la torre de carrocerías que se inclinaban peligrosamente sobre él.

Pero iba a contrarreloj. Se le había presentado una oportunidad para poder acceder al presidente de “Titans and Biologics”, y no podía —no quería— desaprovecharla. Por lo que sacó su arma, comprobó que tuviera munición, y rodeó el edificio, buscando la entrada más discreta.

Durante su inspección pudo comprobar que la mayoría de las ventanas estaban tapadas, pero había luz dentro del achaparrado edificio, y no solo eso: aunque pareciera imposible, el interior estaba peor que el exterior; Tessa pudo ver a través de pequeños espacios descubiertos en las ventanas que las aulas habían sido adaptadas para distintos propósitos, aunque la finalidad estaba clara: era un fumadero de lágrimas negras.

Descubierto esto, la mujer escondió el arma en la parte trasera de su cintura, se manchó un poco la cara de barro y llamó a la puerta trasera.

Estaba haciendo un esfuerzo por encorvarse y concentrarse en que su voz sonara cascada cuando el que le abrió fue la mismísima persona a la que había ido a buscar: Wilson Gibbs, el antiguo colega de su marido.

El shock la hizo temblar, y con la impresión se le desencajaron los ojos, sintiéndose casi a punto de sacar el arma y apuntar a aquel malnacido, cuando él mismo la agarró del impermeable y de un tirón la hizo entrar:

—Para dentro idiota, que llamas la atención.

Toda la serie de movimientos que había puesto inconscientemente en marcha se vieron interrumpidos por aquel simple acto que la envió trastabilleando hacia el oscuro interior del antiguo colegio.

Aquello fue un impacto cuyo efecto había sido el mismo que una ducha para un borracho. Todo se aclaró, aunque sus sentidos sufrían el ataque de la humedad del ambiente y un olor acre que hacía que le picara la garganta.

Detrás de ella, Wilson murmuró un momento para sí después de cerrar con llave y se acercó a la vez que le decía:

—¿Sabes lo que quieres? ¿Has venido antes, yonki?

En la entrada, el timbre de voz le había parecido a Tessa fuerte, casi autoritario; pero ahora que el momento había pasado, se dio cuenta de que Gibbs la tenía apagada y algo nasal, como si se estuviera recuperando de algo.

La mujer se giró para mirarlo, aunque no apartó el pelo de su cara ni se enderezó, manteniendo así su precario disfraz.

Wilson había cenado en su casa. De hecho, ella misma le había servido en su plato, para después apoyar su mano sobre su hombro, dado que después de tanto tiempo metido en su casa junto a su marido, era prácticamente un amigo cercano.

En aquellos tiempos, que parecían estar una década atrás aunque solo hubiera pasado un año, los tres vivían entre las paredes de Springapple: ella era editora en una revista, mientras su marido Laurence Wells y su amigo Wilson Gibbs eran biólogos, cada uno con media docena de másters en distintas disciplinas, y Tessa se enorgullecía en su mente pensando que su marido era el más inteligente de los dos.

Como era de esperar, ambos trabajaban para el gobierno, ya fuera dando clases en la universidad, participando en pequeños proyectos que se les asignaba o incluso en colaboraciones privadas, dado el prestigio que se les asociaba. Pero su marido, además de eso, tenía su propio laboratorio en el sótano (...)

 

 

 

 

domingo, 31 de agosto de 2025

Articulo de la Semana

  

 

Lidia Pöet Primera mujer abogada que defendió la condición de la mujer en la sociedad

                                      I

 

 Lidia Poët, la primera abogada italiana

 Inhabilitada para ejercer la profesión

 

Por: Irma Ustariz

 

Lidia Pöet, nació  en (Perrero, Piamonte, 26 de agosto de 1855), en la aldea de Travesalla, en Italia fue la primera mujer abogada en ese país, se graduó en derecho el 17 de junio de 1881, la  tesis para adquirir su licenciatura fue defender  la condición de la mujer en la sociedad y sobre su derecho al voto.

Durante los dos años siguientes, ejerció la abogacía en Pinerolo, en la oficina del abogado y senador Cesare Bertea,  asistió a las sesiones de los tribunales. Después de completar su educación, aprobó el examen de calificación en la profesión legal y solicitó su ingreso a la Orden de Abogados y Fiscales de Turín. Para ese entonces su solicitud fue negada, ya que El Fiscal General del Reino recurrió a la decisión ante el Tribunal de Apelación de Turín. El 11 de noviembre de 1883, la Corte de Apelaciones accedió a la solicitud del fiscal y ordenó su eliminación del registro.

Al percatarse de que una mujer había sido aceptada en la lista, la oficina del Fiscal General recurrió ante el Tribunal de Apelación de Turín, argumentando que las mujeres no podían ejercer la abogacía porque la profesión era un “cargo público”.

Lidia Poët presentó un recurso ante el Tribunal de Casación, el cual confirmó la decisión del Tribunal de Apelación, declarando que “las mujeres no pueden ejercer la abogacía”​ El argumento que esgrimieron para sustentar ese resultado fue que la profesión de abogado debía ser calificada como «cargo público», lo que implicaba una evidente exclusión de la mujer dado que la admisión de mujeres a los cargos públicos debía estar expresamente prevista en la ley y, si esta guardaba silencio —como en el caso de la ley de abogacía—, no era posible interpretar el silencio del legislador como una admisión. Esta cancelación provocó un intenso debate donde la mayoría de los periódicos italianos apoyaban que las mujeres pudieran tener roles públicos.

En aquel momento, la admisión de mujeres en los cargos públicos debía estar especificada en la ley y como, en este caso, la ley guardaba silencio, los detractores de Poët aprovecharon para interpretar ese vacío como una negativa.

A esta solicitud se opusieron los abogados Desiderato Chiaves, ex ministro del Interior, y Federico Spantigati, quien en protesta, renunció a la orden después de que la moción fuera sometida a votación y aceptada.

El presidente Saverio Francesco Vegezzi y otros cuatro concejales (Carlo Giordana, Tommaso Villa, Franco Bruno y Ernesto Pasquali) se mostraron a favor de la adhesión, precisando que «según las leyes civiles italianas, las mujeres son ciudadanas como los hombres». El 9 de agosto de 1883, Lidia Poët se convirtió en la primera mujer admitida para ejercer la abogacía.

El ingreso de Poët no estuvo exento de polémica ya que, hasta entonces, los únicos miembros de la orden habían sido hombres y no todos estaban de acuerdo en que una mujer pasara a formar parte del grupo. Los abogados Federico Spantigati y Desiderato Chiaves se opusieron férreamente al ingreso de Poët. De hecho, uno de ellos llegó a renunciar a su puesto en la orden después de que la solicitud fuera aceptada, a modo de protesta.

“Federico Spantigati dejó la Orden de Abogados y Fiscales de Turín después de que Lidia Poët fuera admitida”.

 

 

 

 

 

Poemas Para el Alma

 

 

 ESENCIA

 

 

 

 

 Por: Verónica Schenell

 

     En tus ojos está el camino y el refugio,

    en tus manos está la caricia que alivia el alma.

Tu voz es el viento, tus palabras son fuerza, paciencia y esperanza.

Eres nobleza, pureza y sensibilidad,

eres paz, amor y bondad,

lo que necesita el mundo para ser un mejor lugar

En tus latidos está la vida, en tus abrazos está el calor,

en tus suspiros están los sueños,

En tu ser está tu esencia.

Amoroso es tu corazón,

Dulce es tu alma,

Paz es lo que inspiras y lo que regalas.

 

Anteriores Artículos