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lunes, 9 de octubre de 2023

Artículo de la Semana

 

 

 

 

LAS MUJERES EN UNA NUEVA ERA DE CONFLICTOS Y VIOLENCIA

 

Posteado

Por Irma Ustariz

 

Hay momentos y lugares donde el emblema que Rita Laura Segato fijaba para Ciudad Juárez, “cuerpo de mujer = peligro de muerte”, se vuelve un continuo. Un continuo porque es sistemático, normalizado y abalado como arma. Un continuo que no cesa porque nos equivocamos en su análisis, y por lo tanto, en sus soluciones: según la autora no debemos tratar la violencia contra las mujeres en los contextos de conflicto (armados o no) como causas y efectos, sino como universos de sentidos entrelazados y motivaciones inteligibles. Estos sentidos se constituyen y desarrollan a través del lenguaje, el acto violento es entendido como mensaje, como lengua eficazmente capaz de llegar amenazante a las avisadas. “Es por eso que, cuando un sistema de comunicación con un alfabeto violento se instala, es muy difícil desinstalarlo. La violencia constituida y cristalizada en forma de sistema de comunicación se transforma en un lenguaje estable y pasa a comportarse con el casi-automatismo de cualquier idioma”.

¿Quién habla? La lengua de los feminicidios la monopolizan los hombres, y mediante ella ordenan la condena de retirar cualquier estatus civil y humano mediante el terror, porque el poder soberano no se afirma si no es capaz de sembrar el terror.

Los crímenes contra las mujeres en contextos de conflicto son crímenes de Segundo Estado, del Estado paralelo que se construye en los escenarios de desorden social vasto. Dejando a parte todas las problemáticas de violencia en tales situaciones, los crímenes contra las mujeres allí se asemejan a los casos de violencia en regímenes totalitarios. Para Hannah Arendt, lo que diferencia el resto de formas tiránicas del totalitarismo es que este último “no crea leyes, sino que la ley se conforma como algo natural o histórico ya existente”. Esta condición le otorga una legitimación y una supuesta lucha por el bien de la ciudadanía difícilmente rechazable. Así pues, mientras que el sistema de la tiranía se concibe como ilegítimo porque sus leyes son despóticas, el totalitarismo no es ilegal, recibe la legitimación última y vela más que ninguno por los ciudadanos. La violencia hacia mujeres en los conflictos armados consta de ambos elementos: algo natural e histórico que es la superioridad y dominación del hombre sobre la mujer; y la utilización de la mujer como arma civil para conquistar territorios y ganar guerras, y por lo tanto, como factor que vela por el bien del colectivo que lo ejerce.

Decíamos que mediante el terror -éste es otro de los condicionantes necesarios del totalitarismo- se condenaba a los individuos que lo padecían a la falta de estatus humano. La propia Arendt reconocía que para ella la condición humana no es aquel que consagra la satisfacción de necesidades “sino aquel que se manifiesta por la palabra y la acción, apareciendo en el espacio plural de lo público”. Tres elementos caracterizan entonces fundamentalmente al sujeto moderno según Arendt: palabra, acción y presencia en el espacio público. Tres elementos negados inmediatamente a las mujeres asesinadas, violadas y torturadas en los conflictos: se les niega la palabra y con ello el discurso y la posibilidad de elección; se les niega la acción porque pasan a ser objetos e instrumentos de uso; y se les niega el espacio público porque se las encierra en lo doméstico y se ven incapaces de dar a conocer al mundo lo que les han hecho.

Graciela Atenci,  nos advierte del despunte de violencia que vivimos en nuestro período histórico, tanto en las relaciones interpersonales como en los escenarios de guerra, “en los que los cuerpos de las mujeres son tratados a manera de territorio de conquista, colonización y destrucción”. Obviamente violencia ejercida por los hombres, que cabe aclarar para evitar los argumentos fáciles de “los hombres también sufren violaciones en los conflictos”, ya que sí, es cierto que las sufren, pero ejercidas mayoritariamente también por los propios hombres, por lo que es una problemática que tiene de fondo el género. Esto es bastante evidente cuando los datos nos demuestran que la violencia, en todas sus formas, es ejercida por el 95% de los casos por lo hombres. De hecho, dirá Elisabeth Badinter que ciertos episodios de violencia ejercida por los hombres tienen en su base la ira hacia los “sujetos mixtos”, ya sean varones afeminados o mujeres que muestran poder y fortaleza. La mujer en los conflictos armados ejerce un papel de sujeto mixto, se deshace del lugar social que ha sido construido para ella y se convierte en el individuo de dominación civil fuera del campo de batalla (teniendo en cuenta que los hombres están en territorio de guerra). Ya que el género masculino se construye idealmente como todo lo que ha expulsado lo femenino, cuando se encuentra en esa situación de desorientación relacional, decide recuperar lo que era suyo mediante la imposición de la violencia.

Esta tesis es apoyada por Carlos Thiebaut. Explica cómo diversos varones maltratadores describían situaciones en los que su propia masculinidad se veía frustrada y/o cuestionada por sus parejas femeninas, reproduciendo el argumento clásico de que la masculinidad debe defenderse, y reafirmando esa masculinidad mediante el acto violento: “de éstas y otras maneras, la práctica de una violencia contra las mujeres a la vez refleja y materializa, hace real, corporal y física, una forma de concebir la propia masculinidad”.

Si bien hemos analizado las cuestiones más psicológicas de la violencia, Pamela De Largy (2013) hace un listado de las principales explicaciones que se han dado, a nivel más político y estructural, sobre el fenómeno. Una de ellas es el patriarcado, ya que en este sistema la mujer es una propiedad del hombre, y este último demuestra su identidad mediante la hipermasculinidad hegemónica, en muchos casos violenta. También se habla de la militarización y la estrategia de guerra, que conlleva a la humillación del enemigo, así como la deshumanización del otro en un contexto en el que la violencia es aceptable o deseable. Por último, la violación como forma de “limpieza étnica”: las mujeres son consideradas las depositarias de valores y de tradiciones de una determinada cultura. Ella apuesta por un conjunto de razones que crean un sistema propicio, tal y como habíamos dicho anteriormente.

Después de este análisis sobre las motivaciones profundas que construyen las estructuras de violencia y que fomentan el maltrato continuado de los hombres a las mujeres en ciertos contextos de conflicto, es necesario bajar a la realidad y analizar los escenarios concretos.

Tenemos numerosos ejemplos históricos a nuestro alcance, y además recientes. Mujeres alemanas violadas por soldados soviéticos; esclavas sexuales al servicio del ejército japonés durante la Segunda Guerra Mundial; las decenas de miles de mujeres violadas en la masacre de Naking (1937); la partición de India y Pakistán dejó unas 70.000 mujeres víctimas de violencia sexual; así como entre unas 200.000 y 400.000 en la creación de Bangladesh en el 1971; el genocidio de Rwanda también estuvo plagado de violaciones. La guerra de Bosnia fue un escenario bélico donde la utilización sistemática de la violencia sexual se convirtió en instrumento recurrente como parte integral de la limpieza étnica. Este caso es muy importante, ya que los procesos judiciales derivados de Bosnia sentaron las bases para la judialización de la violencia sexual como arma de guerra. No solo en situaciones  recientes, sino que desafortunadamente podemos hablar también de conflictos actuales. El continente africano cuenta con varios ejemplos de estas crisis crónicas, también llamadas crisis complejas, en las que picos de conflicto armado se alternan con situaciones estructurales de violencia e inseguridad, alimentadas por intereses económicos y políticos.

Tenemos el claro ejemplo del Congo, donde una población mayoritariamente femenina se ve sometida, sin tregua, a la violencia sexual. La población civil se ve involucrada en un conflicto en el que todos los combatientes cometen graves violaciones de derechos humanos. Y a la vez, el mismo gobierno congolés registró 15.352 incidentes de violencia sexual y por motivos de género durante 2013.

En Líbano encontramos la misma situación. Tenemos a disposición los testimonios de algunas mujeres que declaran haber sido violadas, pero a la vez no preparadas para recurrir a organizaciones que les ayuden o a hablar de violencia sexual y de género en público.

Algo parecido nos cuenta Diala desde Egipto: “Una mujer sola en Egipto constituye una presa fácil para todos los hombres”. Y lo mismo en Nigeria con el grupo islamista Boko Haram, en Sudán del Sur, Yemen, Irak, Afganistán, Somalia, Mali, etc.

Fuera de África también encontramos numerosos casos. Colombia puso fin al conflicto con la guerrilla de las FARC-EP, pero aun así, los grupos armados y las organizaciones criminales continúan disputándose territorios. Una vez más la violencia hacia las mujeres se convierte en arma recurrente: desplazamientos, desapariciones, forzamientos sexuales… Y lo mismo sucede en México.

Cambiando el rumbo hacia Asia nos encontramos de frente con el conflicto del ejército de Myanmar y la minoría Rohingya, que ha propiciado el mayor campo de refugiados del mundo en el territorio de Bangladesh. El ejército ha sido acusado numerosas veces de ejercer una gran violencia sexual contra las mujeres de la minoría musulmana.

También Siria, donde la violencia sexual se ha convertido en una de las esencias del conflicto. Diversos informes de la ONU y de organizaciones de derechos humanos han alertado que la violencia sexual ha sido utilizada como mecanismo de tortura, humillación y degradación contra mujeres, hombres y menores de edad. Las fuerzas de seguridad sirias y milicias progubernamentales han sido acusadas de hacer uso de la violencia sexual en cárceles de todo el país. Paralelamente, se han registrado múltiples abusos de carácter sexual, incluidas violaciones en grupo, contra niñas y mujeres en puestos de control o durante redadas llevadas a cabo por las fuerzas del régimen en zonas consideradas como favorables a la oposición. Los territorios sirios que han pasado a estar bajo control de grupos radicales yihadistas han proliferado las denuncias contra grupos como ISIS, acusado de llevar a cabo matrimonios forzados de mujeres y niñas sirias con sus combatientes, de lapidar a mujeres acusadas de adulterio, y de someter a mujeres a situaciones de esclavitud sexual, entre otras prácticas.

Todos estos datos y testimonios hacen temblar. ¿Cuántas mujeres tienen que ser asesinadas y violadas para ganar una guerra? ¿Tenemos las mujeres que pagar el alto precio de la humillación y la violencia para que las batallas se luchen en nuestros cuerpos? ¿En las guerras vale todo? ¿Es legítimo usar a las mujeres como medios en los contextos de violencia extrema?

 

https://mujeresporafrica.es/mxa_estudia/las-mujeres-armas-de-guerra-en-los-conflictos/

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