La Ronda
Por: Santiago Cambre Soler
"¡Ghh!", un sonido ahogado escapó de su garganta al cortársele la respiración. Lucía giró sobre sí misma y se acercó corriendo al motor Alcubierre para comprobar los valores de los cilindros de compresión-expansión, pero éstos parecían normales: dos oscilaban con números positivos y los otros dos lo hacían con números negativos.
Cada número representaba un “Lúmec”, una unidad de deformación espacial equivalente a un décimo de la velocidad de la luz, utilizada tanto para medir la compresión como la expansión del espaciotiempo alrededor de la nave, y dado que era un carguero bastante viejo, los números no solían superar la decena.
La joven mecánica suspiró aliviada mientras llevaba la mano a su cuello y notaba su pulso volver a la normalidad. Estaba dando su ronda habitual (que dicho sea de paso, todas lo eran), cuando creyó ver reflejado en uno de los tanques de refrigeración que ninguno de los valores del motor tenía signo, lo cual, de ser verdad, ¡hubiera sido catastrófico! Pero por lo que se ve todo había sido producto de tres meses de aislamiento y de su mente cansada.
Realmente, la presencia de un número sin signo habría significado que ese "pistón" en particular tenía algún tipo de fuga de energía negativa, lo cual podía destruir la nave rápidamente si no se tomaban medidas. Pero por mucho que Lucía revisara juntas, depósitos y similares, todo parecía normal.
La joven toqueteó la pantalla y ejecutó un autodiagnóstico para terminar de cerciorarse de que todo estaba bien. El proceso solía tardar bastante, y Lucía recordaba cómo de largo se le hacía cuando empezó en aquel trabajo. Y más largo se podía hacer si eras nuevo y el mecánico senior Joe estaba cerca. Durante aquella tarea siempre hacía la misma broma (en la que la gente caía sólo una vez): "si le das al espacio va más rápido", lo cual reiniciaba el proceso.
Es curioso, ¿no? Hacía ya
dos años que no veía a Joe, pero siempre se acordaba de sus bromas y
sinsentidos. Ahora que lo pensaba, se puso a filosofar sobre el hecho de que en
su anterior trabajo, también había un "Joe". Debía de existir una
cultura de bromas y novatadas en todos los empleos para transmitir algunos
conocimientos y para que los nuevos "espabilaran", sin intención de
dañarlos o humillarlos, o al menos, no demasiado. Por ejemplo, recordaba cómo
uno de los capataces la había enviado a buscar una catraca para zurdos, lo cual
la hizo dar un par de vueltas confundida por toda la estación. También la
enviaron a buscar cinta métrica que no se doblara, ganchos magnéticos de
electrodimio y una variada colección de herramientas inexistentes.
Cuando se inició en su carrera de electromecánica espacionaval, Joe le enseñó a moverse por las naves (bueno, más bien por las cámaras de máquinas), le enseñó el funcionamiento de los distintos equipos más allá de la explicación teórica y, para qué no decirlo, también le tomó el pelo un par de veces, aunque siempre con buena intención.
Durante las primeras semanas "acoplada" a él en una nave que estaba en dique, dar la ronda con él era como hacer una gincana por la casa del terror. Aprendió a base de sustos a no quedarse delante de las purgas de aire a presión, las cuales son según él "auténticas armas de matar en caso de accidente". La tuvo durante horas buscando averías eléctricas hasta recordarle que las vibraciones derivan en cables sueltos que producen altas temperaturas. Y también le hizo dudar de su salud mental cuando lo veía gritarle a las válvulas trincadas o dándoles golpes con la llave inglesa a las intersecciones de tuberías para, según él, evitar atascos.
Recordando todo eso, Lucía
miró a su alrededor buscando hipótesis plausibles a lo que había visto. Por muy
liso que fuera el tanque, no quería decir que la imagen no estuviera levemente
deformada, pero es que ella estaba muy segura de que no había signo, así que
siguió mirando a ver si alguna luz había parpadeado o alguno de los infinitos
leds presentes en la sala había dado un fogonazo o algo.
Se le vino a la memoria la
primera navegación que hicieron juntos. Ningún electromecánico espacionaval
("rondas" decía Joe, lo otro era simplemente rimbombante) hacía su
primera navegación solo, y Lucía no sería una excepción. Además, aparte de ser
parte de la evaluación que la capacitaría para aquel trabajo, era literalmente
una prueba de fuego para saber si estaba hecha para aquello.
Fueron cuatro meses tan
solitarios como divertidos. Joe vivía para aquel trabajo, por lo que no era
buena compañía para llevártelo al pequeño gimnasio, para ver películas o para
"hablar de la vida" en general, por lo que en ese sentido, Lucía
aprendió a poner su vida en paréntesis y se encerró un poco más en sí misma. En
cambio, para trabajar, no querías a otro a su lado que no fuera Joe.
Aquel hombre notaba el
cambio de los sonidos en las bombas antes de que se averiaran. Joe te enseñaba
a jugar con las válvulas del circuito de refrigeración para que pudieras hacer
algunos mantenimientos sin tener que asarte o congelarte (y a veces lo hacía
justamente para que te asaras o congelaras). Y daba las rondas como el que se
daba un paseo por las tiendas, señalándote aquello o explicándote esto otro.
El día a día de Lucía en el
resto de sus navegaciones no era sino revivir aquellos momentos que alejaban el
tedio de los meses y le daban seguridad en lo que hacía. De ahí su frustración
actual: ¿qué números creyó ver en los cilindros en el momento del susto?
En ese momento, el autodiagnóstico terminó con un "bip". Lucía se giró hacia la pantalla y vio el resumen del proceso:
Lúmecs medios por cilindro:
1A +6
1B +5
2A -7
2B -6
Un poco altos, en opinión de
Lucía, pero eso debía hacer que llegara antes, ¿no? Y el resumen continuaba:
Sistema: On.
Estado general: operativo.
Historial de Advertencias: Código 48
Módulo de navegación
reiniciado"
—¿Código 48? ¿Qué narices es eso?—, leyó Lucía, enfadada, al ver que efectivamente algo había pasado y que, fuese o no lo que había visto, no sabía lo que era. “Módulo de navegación reiniciado.”
La verdad es que era un
trabajo que se pagaba bien debido a la premisa "estás lejos de tu casa y
de tu familia", pero si habláramos de carga, el trabajo no tenía
demasiada. Dabas rondas y hacías mantenimientos, es cierto, pero al final del
día, hablamos de seguir una agenda y repetir, repetir y repetir. Y aguantar,
pero sobre todo repetir. La dirección, velocidad y maniobrabilidad de la nave
no eran asunto suyo. De hecho, los escudos aguantarían todo lo que no superara
la masa de un planetoide pequeño y esquivarían lo demás, por lo que los rondas
se centraban mucho más en la pregunta "¿cuánto tiempo me queda?" que
sobre "¿Qué distancia me queda?".
Pero esa pregunta no estaba
fuera de su alcance. Tomó su consola. El sabor de la bilis asomaba a su paladar
mientras se dirigía a la pestaña correspondiente.
- Distancia recorrida: 7.251 UA
- Distancia al punto de partida: 2.532 UA
- Distancia hasta puerto objetivo: 19.240 UA
Lucía pensaba que la presión
que sentía en los oídos le reventaría los tímpanos. ¿Cómo podía ser? ¡¿CÓMO
PODÍA SER?! ¿Si había recorrido siete mil unidades astronómicas cómo demonios
se encontraba a dos mil quinientas del punto de partida?
¡¿Dónde cojones estaban sus
tres meses de viaje?! La joven cerró los ojos con fuerza y se agarró el puente
de la nariz mientras se balanceaba y obligaba a respirar con fuerza. Tenía que
mirar atentamente los registros. Pero tenía que tranquilizarse. En ese estado
no era ayuda para nadie y no debía preocuparse: tenía comida para más de un
año, tenía agua, tenía aire, la nave funcionaba bien...
¡¿Cómo mierda la nave
funciona bien?! —gritó a pleno pulmón en la sala de máquinas mientras resistía
el impulso de golpear la pantalla del motor.
Se puso a andar, obligándose a respirar con calma. Un asomo de sospecha empezó a penetrar el torbellino de su enfado. Un recuerdo de hacía tiempo sobre un comentario ambivalente. Pero no conseguía localizarlo con claridad, lo cual la mantenía enfadada, aunque pasados unos minutos, se dirigió a la pantalla y se puso a revisar el historial de registro en vez del autodiagnóstico mientras hacía números en su cabeza. Revisó el historial hasta encontrar el código 48, se fijó en la hora y se fue al historial de datos generales. Y ahí lo vio.
Lo vio a la vez que recordaba a ese sabelotodo de Joe diciéndole: siempre quise entrar en el exclusivo club 48.
Lúmecs X cilindro:
1A=8
1B=8
2A=8
2B=8
No lo había soñado: ni
símbolo positivo ni nada. Y Joe lo sabía. No podía ser coincidencia. Lo sabía o
sabía de alguien a quien le había pasado, pero conocía el fallo y jamás le dijo
nada, el muy cerdo.
Lucía tomó de nuevo su consola y repasó los datos sobre distancias antes de abrir la sección de manuales. Si no le fallaba la memoria sobre cómo funcionaba el motor y algunas leyes de la física, la nave había avanzado cierta distancia y de pronto había vuelto cerca del punto actual. Y esto había ocurrido entre 4 y 5 veces durante todo lo que llevaba de viaje. Algo había provocado un bucle espacial, pero no temporal, ¡gracias a Dios por eso!
Encontró los manuales del
motor y fue hasta la sección que debía llevarla hasta la fuente de ese
"código 48" que computaba como una advertencia en vez de como lo que
era: un error cataclísmico. Siguió los árboles de decisión y, después de coger
una caja de herramientas, se dirigió hacia uno de los paneles laterales del
maldito motor. En teoría, un sensor flojo o mal calibrado podría derivar en
valores erróneos de los cilindros, y para proteger la nave el sistema
simplemente "rompe" la burbuja de Alcubierre, devolviendo a la nave a
una posición anterior.
Mientras desatornillaba el
panel una idea insidiosa empezó a calar en ella: cuando arreglara el fallo
volvería a estar prácticamente al principio de su viaje. ¡Tendría que estar
otros cinco meses en esa nave! Sólo esa idea arrancó un gemido ansioso de su
garganta, dándole ganas de ponerse a patalear. Cuando terminó de quitar el
panel, un post-it amarillento cayó al suelo.
En él podía leerse: ¡Bienvenida al club 48! ¡Espero que no sea el primer sensor que reparas sola! —Joe.
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