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viernes, 3 de octubre de 2025

Artículo de la Semana

 

 

¿Qué retos te plantea la inteligencia artificial?

 

Deborah Berebichez 

 

 La niña que observaba las estrellas y conquistó la física - Deborah  Berebichez - BBVA Aprendemos Juntos

 

 

    Investigación académica: Durante su doctorado en Física en la Universidad de Stanford, Berebichez colaboró con los premios Nobel de Física Bob Laughlin y Steven Chu. Su trabajo se centró en la mecánica cuántica y las interacciones entre las ondas de luz y la materia. También realizó estudios postdoctorales en física y matemáticas aplicadas en las universidades de Columbia y Nueva York.

     La Inteligencia Artificial lleva años entre nosotros haciendo nuestra vida más sencilla. Sin embargo, gracias a sus últimos desarrollos se ha colado en nuestras conversaciones enfrentándonos a dilemas y preguntas a las que, a menudo, no encontramos respuesta: ¿sabemos, realmente, qué es la inteligencia artificial? ¿cuáles son sus riesgos y sus posibilidades? ¿cómo afectará la inteligencia artificial al futuro de los jóvenes?...

    En este episodio, la científica de datos Deborah Berebichez, conversa con un grupo de jóvenes para dar respuesta a estas y otras preguntas. Una oportunidad para explorar, de la mano de una de las figuras más sobresalientes en el campo de la Inteligencia Artificial, los misterios y desafíos que nos depara este revolucionario avance tecnológico.

    Destacada física, ingeniera y científica, Deborah Berebichez, obtuvo su doctorado en física en la Universidad Stanford, convirtiéndose en la primera mujer mexicana en lograrlo allí. Es reconocida por sus contribuciones en ciencia de datos, computación cuántica, inteligencia artificial y divulgación científica, así como por su liderazgo en proyectos innovadores. Berebichez también es una apasionada divulgadora, destacando por su participación en programas televisivos de los canales National Geographic, Science Channel y Discovery Channel, entre otros. Su impacto en la ciencia y la educación la presentan como una figura inspiradora y referente en el ámbito científico.

    Desafíos’ es un programa de Aprendemos juntos 2030 que reúne a jóvenes de diferentes países y realidades para conversar y pensar sobre los retos a los que se enfrenta su generación. ¿Cuáles son los que más les preocupan? ¿Cómo piensan resolverlos? A lo largo de 10 episodios, este proyecto de BBVA congrega a más de 100 jóvenes de países como Argentina, Colombia, España, México, Perú, Costa Rica y Uruguay, entre otros, para reflexionar sobre 10 desafíos relacionados con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas.

    Con las intervenciones destacadas de: Nick Bostrom (filósofo y profesor) y Cathy O`Neil (matemática)

Visita: aprendemosjuntos.bbva.com

RELATOS

 

 

 

 Justicia de Tessa

 

 

SEGUNDA PARTE

 

Por: Santiago Cambre Solerr

Laurence invirtió todos sus recursos y tiempo libre en estudiar el principio de toda aquella hecatombe hace cien años: la privatización del agua; el principio de la menarquia.

—¡Eh! ¡Yonki! ¿Te has quedado pasmado o qué? —la sacó de su ensoñación Wilson palmeándole desagradablemente la espalda— ¿Sabes lo que quieres o no?

Tessa miró a su alrededor y rápidamente pensó lo que necesitaba.

—No creo que tengas lo que necesito —replicó con calma. Y funcionó.

—Pfff… —bufó con desprecio Wilson mientras pasaba por su lado—, tengo de lo nuevo lo mejor, y de lo antiguo lo superior: tengo lágrimas negras que saco de mis propias amapolas, puedes chutarte heroinol si quieres, tengo un par de cuartos acolchados; si no traes mucho dinero podemos hablar de alguna platita…

—¿Crías tus propias amapolas? —inquirió en tono burlón la mujer, moviéndose torcidamente metida en su papel— No me lo creo, y traigo un buen dinero aquí si hiciera falta.

Gibbs retorció la boca en un gesto de desprecio, aunque sus ojos brillaron momentáneamente con avaricia, mirando la figura doblada y preguntándose si realmente tendría dinero.

—Bueno, oler no hueles a mendigo, así que ven conmigo —terminó diciéndole, mientras guiaba a su supuesto cliente hacia otra zona del edificio atravesando distintos accesos.

Una vez que Tessa se vio a solas con su antiguo amigo en lo que parecía un invernadero improvisado, decidió no darle tiempo a este de reaccionar, y sacó la pistola mientras le daba una patada en la espalda para hacerle perder el equilibrio.

Las palabras “¿pero qué cojones te crees?” empezaron a salir de su boca, aunque la falta de aliento por la impresión interrumpió su frase.

—Hola Gibbs —lo saludó Tessa mientras se apartaba el pelo de la cara—, ¿ya no reconoces a las viejas amigas?

—Stacy…

—¡No me llames Stacy cabronazo! No tienes derecho a llamarme Stacy —explotó la mujer para después agregar con un tono más controlado—. Solo Laurence podía llamarme Stacy.

—¿Qué haces aquí, Tessa?

—Sabes bien lo que hago aquí, Wilson —le cortó la mujer, dando dos pasos hacia él—, la noche que murió Laurence: yo estaba fuera de casa, pero había quedado contigo. Lo sé porque hace poco que pude abrir sus conversaciones de Signal, y sé que aquella noche tenía que verse contigo, así que dime, ¿qué ocurrió?

—Tessa, no sabes de lo que estás hablando...

—¿Lo mataste? —siseó Tessa.

Wilson la observó un rato en silencio, con una miríada de expresiones cruzándole la cara, como si sintiera mil cosas a la vez, pero entre todas ellas la que destacaba era el cansancio. Aquello no le gustó a Tessa, debido a la idea de que aquel ingrato estaba reflejando sus propias emociones.

—No pude impedirlo, Tessa —respondió Wilson en un susurro—. Es más, si no hubiera sido por Laurence, a mí también me habrían matado.

El aire abatido del antaño biólogo no le dejó la menor duda a ella de que decía la verdad, por lo que bajó el arma despacio, mientras preguntaba:

—¿Qué pasó, Gibbs?

Wilson parecía a punto de echarse a llorar. Giró levemente sobre sí mismo y toqueteó una maceta con el índice, aplanando la tierra, mientras pensaba por dónde empezar.

—Aquella noche habíamos quedado en tu casa porque habíamos pedido cita con el comité de ciencias de la Universidad la semana siguiente para presentarles nuestros resultados —empezó a relatar con suavidad—. Y ahí estábamos, en el sótano, discutiendo cómo íbamos a exponer nuestros descubrimientos cuando escuchamos que echaban la puerta abajo.

Tessa escuchaba inmóvil, absorbida por el relato, como si se encontrara allí.

—Laurence era el rápido, ¿sabes? —continuó  Wilson limpiándose el dedo en los pantalones y sin levantar la vista en ningún momento—. A mí no me había dado tiempo a reaccionar cuando él me cogió del brazo y me llevó hasta el fondo del sótano, donde estaban esos enormes barriles acostados ¿recuerdas?, y sin darme a tiempo a nada, abrió uno de ellos, me metió dentro y cerró la tapa.

Lo que venía a continuación, el recuerdo de él y el descubrimiento de ella, les provocaría dolor a ambos. Y la pena de Tessa se mezcló con algo de piedad y simpatía por aquel hombre, ya que lo poco que había relatado era propio de Laurence. Su Laurence.

—No tardaron demasiado en entrar al sótano, y yo... me quedé congelado… tenía miedo, Tessa —confesó, levantando por primera vez los ojos para mirarla, avergonzado—, pero Laurence no. Escuché cómo le pegaban mientras lo destrozaban todo buscando. Y yo sabía que ese cabronazo no abriría la boca, así que saqué el móvil y empecé a grabar… pero no me atrevía a más Tessa, lo siento mucho —terminó, dando un leve paso hacia ella como si le hubiera surgido la necesidad de consuelo, de un abrazo, y se hubiera arrepentido de golpe.

Pero Tessa no se movió un ápice. Quería saber cómo continuaba la historia, y así se lo dijo.

—Claro, perdona —continuó Gibbs limpiándose la cara con la manga—, la cosa es que le preguntaron por los archivos, por las copias físicas; seguramente ya tendrían las digitales. Pero Laurence no dijo nada, solo les decía que no había habido ningún hongo mutante, sino que todo había sido por un polímero sintético vertido en el agua, je¡ je¡ je¡ —se rió de pronto—, “bourguiñol”, así llamaron al hongo.

La mujer, más recompuesta, lo miró con simpatía, pero duramente. Quería saber el final.

—La verdad es que no hay mucho más que contar, Tessa. Lo siento —reanudó Gibbs, también más dueño de sí mismo—. Escuché cómo lo golpearon un par de veces. Ni siquiera insistieron a la hora de preguntarle. Le pegaron varios tiros, pusieron el lugar patas arriba y se marcharon.

—Sin encontrarte —puntualizó la mujer.

—Sin encontrarme —confirmó Wilson, asintiendo lentamente con la cabeza—. Y desde entonces vivo en la clandestinidad.

Un silencio cayó sobre ambos, haciendo que se sintieran inquietos, aunque la impresión general después de que la adrenalina los abandonara es que acababan de correr una maratón. No obstante, su viejo amigo volvía a aplanar la tierra de otra maceta con el dedo, lo que levantó las sospechas de Tessa:

—¿No me lo has contado todo, verdad?

El ahora traficante negó con la cabeza, mientras mascullaba para sus adentros, como si estuviera masticando algo especialmente duro y rancio.

—¿Wilson? —insistió Tessa, dando un paso hacia él.

—Tengo los documentos, Tessa —dijo en un susurro bajo pero claro.

—¿Qué? —se sorprendió la mujer— ¿Dónde?

Pero el hombre no contestó en seguida. Seguía balbuceando mientras cambiaba su peso de un pie a otro, casi meciéndose, hasta que al final musitó:

—Si te los doy, irán a por ti… ¿Y qué pensaría Laurence de eso? ¿Qué pensaría de mí?

La escena le partía el corazón a Tessa. Pero no tuvo tiempo de pensarlo. Un estruendo los sobresaltó: alguien acababa de derribar la puerta. Ambos se miraron comprendiendo, pero sin comprender.

—¿Te han seguido? —preguntó Gibbs en tono serio.

Pero Tessa no podía contestar, ¿cómo no se le habría ocurrido? ¿Habría sido Dalton? No lo creía posible. Además, se escuchaban varias voces dándose indicaciones entre ellos. Eran un grupo militar.

—Ven conmigo —dijo Gibbs, tomándola de la mano. La llevó hasta el fondo del invernadero, y sacó de una de las taquillas que había allí instalada una escopeta de cartuchos y un par de bolsas pequeñas. Luego, se dirigió hacia una entrada que Tessa no había visto antes mientras exponía: —Mira, tenemos un problema: ambos sabemos que no te irás sin los documentos, pero están en un despacho situado muy cerca de la entrada por la que esos cerdos han entrado, así que tenemos que inmovilizarlos lo antes posible.

Tessa se había preparado mental y físicamente para muchas cosas durante ese año, pero no para un tiroteo con fuerzas entrenadas y fuertemente armadas. Su expresión debía traslucir su falta de confianza, ya que Wilson se rió mientras continuaba diciéndole:

—Yo los inmovilizo, tú cruzas el pasillo hacia el aula de enfrente y lo atraviesas todo en dirección a la conserjería. Dentro hay un archivador con doble fondo. Ahí están los papeles. Y si en algún momento crees que se te han adelantado, toma —terminó diciéndole mientras le pasaba por la cabeza una de las bolsitas y sacaba de ella lo que claramente era una granada—, ¡BAM!. Cegados y a correr de vuelta por donde has venido hasta la puerta principal. ¿Lo has entendido?

¿Por qué habría tenido que pasar Wilson para acabar así? ¿A ella le pasaría lo mismo? ¿Le estaba pasando lo mismo? Por un momento volvió a pensar en Dalton, pero no había tiempo para introspecciones:

—Lo he entendido —contestó directamente Tessa. A lo que Wilson respondió con un asentimiento de cabeza.

—Si salimos de esta —dijo poniendo la mano en el pomo de la puerta mientras sacaba otra granada de la bolsita—, estaré en paz con Laurence —concluyó con una gran sonrisa.

Después de esto, abrió la puerta un palmo, le quitó la seguridad a la granada, y la agarró del hombro para poder coordinar la apertura de puerta, su salida y la cobertura que pretendía darle.

Los siguientes sucesos fueron una tormenta de adrenalina, caos, disparos y gritos. Wilson cumplió con su palabra, y los documentos estaban justo donde dijo que estarían. Sin darse cuenta, Tessa estaba corriendo medio ensordecida por los disparos hacia la salida, donde esperaba poder huir de aquella ratonera.

Tan desesperada era su carrera, que cuando vio la puerta de salida abrirse poco a poco, lo vivió como si ocurriera a cámara lenta. Lo primero que vio aparecer fue una pistola. Después una manga negra. Y por último, su atención se quedó prendida en los ojos tristes y grises del agente Dalton.

Entre ambos se dio un reconocimiento mutuo, pero mientras Dalton abría la boca lentamente para decirle que se detuviera, Tessa dirigía su mirada hacia el arma, viendo que el policía, tal y como era su carácter, no tenía el dedo siquiera puesto en el gatillo.

Y en ese momento, escuchó a Wilson aullar de dolor.

Tessa, con los ojos escociéndole, aceleró y lanzó todo su cuerpo contra la figura del agente, procurando hacer el máximo de presión en la mitad derecha de su cuerpo para poder desequilibrarlo sin que ella se cayera.

Y así ocurrió. Dalton mudó su expresión de reconocimiento por una de alarma, y seguramente también de dolor cuando su espalda chocó contra el marco de la puerta. Tessa no lo vio: no podía parar, tenía que escapar de allí. Si escuchó, en cambio, el golpe del agente al caer al suelo. Y su último pensamiento, antes de perderse en la maraña de calles, fue: “Pobre Wilson”.

Ya por la mañana, Tessa se despertó en un agujero maltrecho que algún vehículo había realizado en una pared, y que era demasiado incómodo para cualquiera salvo alimañas. Si algo le había dejado claro la huida de la noche anterior, es que la estaban siguiendo. Pero, ¿desde cuándo? En realidad no importaba, ya no había vuelta atrás. Ahora que había luz se decidió a comprobar los documentos que habían atormentado al pobre Wilson. La carpeta, llena de gráficos y complejos análisis, mostraba la investigación de Laurence sobre el polímero; y habría empezado su lectura si no hubiera sido por un pequeño sobre grapado a una de las hojas, dentro del cual había una tarjeta de memoria.

Pensativa, salió de su escondrijo y comenzó a andar. No podía volver a su casa, así que reflexionó durante unos minutos, hasta que la chatarrería de la noche anterior le sirvió de inspiración para sus pasos siguientes: se dirigiría a la tienda de un prestamista que conocía, y que estaba especializado en comprar tecnología y en ser discreto. Seguro que con la oferta adecuada podría ver el contenido de la tarjeta y planificar sus pasos desde ahí.

Una vez allí, y a solas, empieza a devorar los documentos retrasando el momento más doloroso. Pero este tuvo que llegar, y vio el contenido de la tarjeta de memoria. Eran experimentos y disertaciones de Laurence y Wilson, de un momento del pasado en el que todo iba bien, y en el que eran ajenos de la tragedia que los acechaba.

Cuando ya había leído y visto todo, se sentía confusamente alegre y abatida; alegre porque su marido no había muerto por nada, había encontrado la salvación para ella y para todos, o al menos, una esperanza muy grande. Pero se sentía abatida porque ver todo aquello, volverlo a ver a él en la pantalla, no solo le había hecho sentir sola, sino también vacía por dentro. Sabía lo que tenía que hacer, y lo lograría, costase lo que costase.

Aquella noche, Víctor Thorne, presidente de Titans and Biologics, estaba terminando de dar una entrevista en el "John's Sanctuary City Live Show". Y estaba radiante.

Había utilizado su carisma para afrontar las preguntas más incómodas que le habían hecho, y había participado en los juegos, e incluso en los bailes. Y en aquellos momentos, escuchaba sonriente el monólogo de despedida del presentador, cuando una figura sucia, demacrada y pálida, entraba en el plató.

Al principio, hubo algunas risas y comentarios, pensando que formaba parte del espectáculo, hasta que Tessa, con una granada en una mano, y con una pistola en la otra, disparaba hacia el cristal de la sala de control, produciendo un estruendo de cristales rotos, y rompiendo la ilusión de que todo aquello estaba preparado, haciendo que cundiera el pánico.

Antes de que la algarabía se apoderara del set, Tessa tomó el control de la situación mientras avanzaba al centro del plató:

—¡Quietos todos! —Gritó, sin dejar de apuntar a Víctor Thorne, el cual seguía sentado agarrando con fuerza los reposabrazos de su sillón— ¡Ustedes, los de producción, como vea que dejáis de emitir os lanzo la granada!

El aviso fue efectivo, y Tessa vio su imagen en las pantallas que había repartidas por el área, aunque prefirió no centrarse demasiado en eso: no podía arriesgarse a que el shock de verse a sí misma en aquel momento la hiciera flaquear.

Se hizo un silencio roto solo por los pitidos de algunos aparatos de grabación y las alarmas que empezaron a sonar. Hasta que Víctor Thorne habló:

—Ignoro a qué viene todo esto, señorita —empezó, relajando la postura en su sillón, como si fuera el de su oficina—. Pero estoy seguro de que podemos llegar a un acuerdo sin tener que recurrir a la violencia.

—Estoy totalmente de acuerdo —le contestó Tessa, intentando no mirarlo. Se dirigió hacia el presentador y le tendió la memoria con los vídeos de Laurence—, John, si no te importa, conecta esto en tu pequeña consola y descarga el archivo “Conferencia comité universidad prueba 3”.

John miró a todas partes, como si hasta el momento hubiera decidido que nada de aquello iba con él, hasta que una leve gesticulación de Tessa con el arma le hizo reaccionar:

—Sí, sí, por supuesto. Aunque debo advertirla de que el estudio tiene una política muy rígida sobre este tipo de cosas. Lo que no haya pasado por el control de calidad no puede ser emitido.

—Tranquilo, John, no hay material sensible y es contenido recomendado para toda la familia —contestó Tessa tirante, lo que hizo que el presentador hiciera algunas manipulaciones en la consola de escritorio.

—Ya está —manifestó el presentador unos segundos después— ¿Y ahora?

—Ahora reprodúcelo, por favor —pidió Tessa, volviendo su mirada hacia Thorne. Aunque este no la miraba a ella, sino a John.

—No lo haga.

La mirada del presentador bailaba de uno a otro, esperando a ver cómo se resolvía ese conflicto. Pero mientras Tessa volvía a apuntarlo con su arma, el señor Thorne simplemente declaró:

—Si lo hace, no volverá usted a trabajar en esta ciudad, se lo aseguro.

Y Tessa, como respuesta, lo apuntó a él.

—¿Tiene usted miedo de algo, señor Thorne? —le preguntó suavemente, dando un paso hacia él— ¿Quizás ya no ignora a qué viene todo esto?

—¡Tessa! —exclamó alguien desde una de las entradas del estudio.

Todos se volvieron para mirar de quién se trataba excepto la mujer, ya que ella era quien lo había llamado.

—Buenas noches, Dalton. Me alegro que el tráfico no te retrasara demasiado —dijo ella sin darse la vuelta, dado que el agente estaba justo a sus espaldas.

El agente Dalton entró en el estudio con el arma desenfundada y apuntando a la espalda de Tessa.

—¡Suelta el arma, Tessa!

Pero Tessa lo ignoró, y alzó la granada que tenía en la mano para que viera claramente que no tenía el seguro puesto: si ella dejaba de apretar el tirador, la granada simplemente estallaría.

—¿Cuánto has visto de nuestro show, Dalton? —Le preguntó ella con voz vibrante— ¿Has visto cómo se niegan a reproducir un simple vídeo?

—Porque este no es el lugar para discernir estas cosas, señorita Cline —sentenció Thorne levantándose de su asiento, con tono autoritario—. Para eso están los juzgados. Para eso está la justicia.

Tessa iba a contestarle airadamente, pero se detuvo cuando Dalton la adelantó afirmando:—Tiene razón, Tessa. Deja el arma y discutamos esto. Entiendo que tienes prueobas concluyentes, podemos hacer esto bien.

—¿Qué ocurrió anoche en el fumadero, Dalton? —Replicó con algo de furia la mujer, resistiendo el impulso de volverse— ¿Hubo algún superviviente? ¿Pudiste identificar al grupo armado que asaltó el lugar? ¿O eran un “grupo de seguridad” en asuntos demasiado secretos para decírselo a un agente como tú?

El silencio de Dalton fue elocuente, por lo que Tessa continuó:

—Quiero que se reproduzca este vídeo aquí, en antena y para todo el mundo… —agregando luego casi en un susurro—, porque si no se hace así, el archivo desaparecerá conmigo.

Dalton entendía perfectamente a lo que se refería Tessa, pero no podía evitar que sus valores, sus principios le indicaran de que aquella no era la manera. El mundo era un lugar imperfecto, pero había que actuar para que este se acercara lo más posible a la utopía que se merecía ser.

Víctor Thorne, viendo la duda en el rostro del agente, saltó sobre Tessa golpeando con el canto de la mano la muñeca que sostenía el arma, mientras con la otra aferraba con pinza de hierro los dedos de la joven sobre la granada, a la vez que ambos caían al suelo.

El movimiento fue tan repentino que pilló a todos por sorpresa, aunque cuando esta pasó, las pocas personas que quedaban en el plató decidieron huir, mientras Dalton buscaba la manera de interceder en el forcejeante manojo de brazos y piernas en el que se habían convertido Tessa y el CEO. Pero era imposible. Este último estaba interponiendo su espalda entre él y Tessa, mientras todo su esfuerzo radicaba en arrancarle la granada de las manos.

Dalton no conseguía un tiro limpio, pero un movimiento brusco lo cambió todo: Thorne consiguió hacerse con la granada, y revolviéndose en el suelo, le lanzó una patada a Tessa que la envió rodando hasta donde estaba la pistola.

Sus ojos estaban inyectados en sangre y lágrimas, y su expresión era mezcla de furia y desesperación.

Dalton vio cómo se lanzaba hacia el arma y disparó.

—¡Bien hecho agente! —lo felicitó Thorne, sudoroso pero sonriente— Ha tomado usted la decisión correcta.

Pero Dalton no se sentía así. De hecho, la presión en su pecho hacía eco en sus oídos y parecía no estar escuchando a nada ni nadie. El CEO le alcanzó la granada diciéndole algo, no sabía el qué, y Dalton la tomó con cuidado, mientras seguía mirando el cuerpo de Tessa.

Guardó su arma y se acercó para tomarle el pulso a la mujer con la que de alguna manera había estado ligado durante el último año. Siempre la había admirado por su inteligencia, por su tenacidad. Y había esperado que esto no acabara así.

No creía que ella llegara hasta ese extremo.

Tomó el arma y comprobó el cargador. Sin balas.

Un asomo de sospecha acompañó al escalofrío que le recorría la espalda. Tomó la granada y desenroscó la parte superior.

Sin mecha.

El agente pensó en cuántas veces había obedecido sin cuestionar, basándose en sus principios. Tal vez la justicia que buscaba Tessa no fuera tan distinta a la suya.

Dalton, con el rostro pálido, se levantó con la granada y la pistola vacía. Su mirada se encontró con la de Víctor Thorne, que estaba hablando por teléfono y sonriendo; totalmente absorto en su victoria.

Sin decir una palabra, Dalton se dirigió a la mesa del presentador, y buscó el archivo en la consola. Momentos después, todos los presentes, desconcertados, vieron cómo las pantallas se iluminaban con un vídeo.

El CEO se puso a gritar, pero ya era demasiado tarde. La voz de Laurence, tranquila y segura, se escuchaba en todo el país, en directo:

"Buenas tardes a todos, soy el profesor Laurence Wells... y hoy os venimos a contar lo que creemos que ha sido la mayor estafa de la historia."


lunes, 15 de septiembre de 2025

Artículo de la Semana

 

 

 

El Rol de las Mujeres en las Artes Visuales

 surrealismo y feminismo

 

 

 

 

 

Por: Irma Ustariz

 

El surrealismos es uno de los géneros o estilos pictóricos que surgen durante los finales del siglo XIX y XX, este movimiento se construye después de las atrocidades ocurridas en la segunda guerra mundial, muchos artistas tuvieron que salir de sus países de origen para salir exiliados en Francia y luego se desplazaron a México, que fue uno de los países que más artistas acogió, para refugiar a estos artistas que huían de Europa, este estilo se desarrolló no sólo en el área de las artes visuales sino también en la psicología,  la literatura, la pintura, la escultura, la fotografía, el cine y el teatro… tratando de explorar el subconsciente a través de técnicas como el automatismo, el psicoanálisis y la interpretación de los sueños, inspirándose en teorías de Sigmund Freud, para desafiar el racionalismo y la realidad convencional.

Leonora Carrington,  artista plástica y escritora es una de las representantes más prolíficas en el surrealismo su obra artística permanece vigente pues es atemporal  y  una es una de las imágenes visuales más representada en los actuales video juegos, Carrington nació en el Reino Unido, en 1917 y murió en el 2011, es una de las artistas más longevas  su obra se enmarca en el género surealista, finales del siglo XIX,  época que marcó esta tendencia artística, fundamentada en imágenes que provenían del subconsciente y de los sueños, cuando era muy joven su padre la internó en un centro psiquiátrico, lo cual influyó mucho en la representación de las imágenes y símbolos en sus pinturas.

 Leonora venía de una tradición, clásica  creció en un castillo neogótico que también demuestra esa gran influencia en su obra de arte, rodeada de bosques y de todos aquellos paisajesmetarmofoseasos  e influida por la cultura Celta, con las leyendas del rey Arturo en su imaginario, los videos juegos basados en universos fantásticos de la Éra Medieval. Estas representaciones con aves, caballos, castillos, caballeros andantes y figuras oníricas estaban presentes en las composiciones de sus obras.

Sus obras se perciben muy contemporáneas con cierta vigencia,  por lo que ilustran algunos  video juegos  comunes a la cultura anglosajona, por lo cual su predominancia en la estética de estos videos juegos. Los castillos, los caballeros en el imaginario individual con que creció la artista, su influencia  anglosajona y mitología celta, holandesa…El espiritismo, la alquimia y el ocultismo, la ficción  y el simbolismo y los colores que refleja su obra, casi siempre rodeados del imaginario con la naturaleza.

 

Obras Literarias

 

 

 

 

 "La casa del miedo": Uno de sus relatos más famosos, publicado en el libro del mismo nombre, que narra un episodio traumático de su paso por un manicomio.

"El séptimo caballo": Otra colección de cuentos surrealistas.

"Una camisa de dormir de franela": Otro cuento notable de su obra literaria.

"En bas": Un libro de carácter autobiográfico que ofrece claves sobre un momento determinante de su vida.

"Cuentos completos": Una compilación de sus relatos más importantes, que permite explorar su mundo imaginario y sus personajes fantásticos.

Características de su obra literaria

    Universo Surrealista:

    Sus escritos comparten con sus pinturas y esculturas un universo surrealista, lleno de magia, sueños y elementos fantásticos.

Temas:

Carrington aborda la alquimia, los cuentos de hadas, la mitología y el hermetismo, a menudo a través de animales que fungen como intermediarios y narradores.

Narrativa Onírica:

La atmósfera de sus relatos es onírica, con finales abiertos y una lógica propia de los sueños, lo que le da un carácter único a su obra.

Mezcla de Géneros:

Su producción literaria combina la autobiografía con la ficción, lo cotidiano con lo mágico y lo personal con lo universal.

    Aunque Leonora Carrigton y Remedios Varo fueron participantes activas y destacadas en el movimiento subrelista  creado en y ambas han sido reconocidas en museos en honor a sus extraordinaria producción de obas artisticas fueron excluídas o invisivilizadas del movimiento fundador,obras como las de Salvador Dalí, hasta un enfoque abstracto y biomórfico, ejemplificado por Jean Miró. Las técnicas empleadas, como el automatismo, el frottage, la decalcomanía y el método paranoico-crítico, buscan la liberación de la mente para expresar contenidos ocultos e incontrolables. En tal sentido la obra de Carrigton, ha sido una de las más representativas en esete concepto simbólico de la expresión del incosciente. Sus obras se exponene en el Museo Leonora Carrington del, Centro de las Artes de San Luis Potosí. en Ciudad de Mexico.

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 


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